Segunda mitad

Por Edgard E. Murillo

Un día de estos, mientras conducía al trabajo oyendo una canción de KC & The Sunshine Band, recordé que cuando tenía once años tuve la experiencia de “verme” siendo un adulto. Puedo evocar exactamente el lugar y el momento donde gesté esa febril proyección: en casa de mi madrina Irma en Villa Don Bosco, viendo el último partido de Pelé, donde el rey se puso las camisetas del Cosmos de Nueva York y del Santos de São Paulo, para jugar cuarenta y cinco minutos con cada una de ellas. En el entretiempo del partido me vi de veintiséis años, casado por amor, o por algo parecido a eso, y propietario de un faro sobre una ensenada, contiguo a una estación de ferrocarril.  Aunque no tenía claro a qué me iba a dedicar para ganarme la vida, en la visión yo estaba satisfecho porque había asistido al Mundial de Fútbol de mil novecientos ochenta y seis, cuya sede obviamente para entonces yo desconocía.

Bajaba la cuesta de Asososca cuando aleatoriamente salió de mi playlist la canción Sandy, de John Travolta. Como si estuviera sentado en la butaca del cine, sentí nuevamente la emoción lacrimosa de cuando Danny Zuko implora a Sandy que se quede un rato más, que él está in misery (o sea, hecho mierda) y que sigue preguntándose por qué lo dejó. Trato de recordar porqué Sandy abandonó a Danny y me parece que el tipo le hizo un desplante muy grosero. Más adelante, frente donde fue la embajada americana, hay un embotellamiento, lo que aprovecho para saltar la canción que sigue porque no va con el espíritu de la mañana.     

El Mundial del ochenta y seis se realizó en México, pero la final no la vi en el estadio Azteca, sino en un auditorio semiabierto cerca de Ticuantepe. Algo no cuadra aquí, me dije. Creo que a partir de entonces empecé a darme cuenta que la vida no era la justa aliada que yo creía, sino una señora de piernas cruzadas que tejía trampas para el prójimo, y que a pesar de ello persistía en ser encantadora.

A la altura de la estatua de Montoya, mis reflexiones se profundizaron cuando sonó la canción More, More, More, de la ex actriz porno Andrea True. Pensé en cómo la vida nos envuelve en su remolino, sacudidos por ese capricho de Dios llamado azar, como decía Marguerite Yourcenar; y cómo la gente que vamos conociendo, en las diferentes vueltas y percances, nos va influenciando o marcando, tanto para imitarlas como para no parecernos del todo a ellas. Cavilé que atravesamos por situaciones que determinan, difieren o distorsionan nuestras historias personales, acontecimientos íntimos que laceran las emociones, como un duelo o el exilio, además de las tragedias colectivas, que en la mayoría de las veces nos convierten en caínes prepotentes, como pasa en las guerras y las revoluciones.

Cuando Patti Smith descargó su apasionada voz en Because the Night, pensé en cuánto del niño que fui quedó en el adulto que soy ahora. Saber si tengo todavía algún porcentaje de producto limpio surgido de mis sueños infantiles cobró mayor relevancia cuando Donna Summer gimió Down Deep Inside, tema de la película donde Jacqeline Bisset se negó a salir desnuda, pero ni falta que hizo. En seguida hice un recuento rápido de los acontecimientos más notables de mi vida, es decir, mis desgarros, triunfos, errores y satisfacciones que me han dado identidad; pero al inventariarlos dudé que la suma de ellos fuese garantía inequívoca para explicar el resultado de lo que soy hoy en día. Porque hay eventos, por ejemplo, que sin ser de los llamados “importantes” puede que hayan calado más con respecto a los que sí lo fueron. Hay amores “menores” que a lo mejor tuvieron mayor significancia de la que yo supuse que tenían. Talvez alguna de mis indecisiones no se deba tanto a miedos como a convencimientos malos o buenamente preconcebidos.  

Al arribar a mi destino, estaba terminando de sonar The Logical Song, de Supertramp, la que no pudo caer en mejor momento (“¡Por favor, decime quién soy!”). Casualidad o no, dejé correr un par de canciones en espera que fueran las ocho en punto. Bajé del carro y vi el cielo. El sol, inusualmente pálido, se escondía tras las nubes. Respiré hondo, abrí la puerta de la oficina y dije buenos días.

Resonaba en mi cabeza la última canción, una de Barry White, cuando me sentí nuevamente de once años, disfrutando del partido de despedida de Pelé, viéndolo correr con la camiseta del Santos sin lograr anotar como lo había hecho con la del Cosmos. Entonces, en ese preciso momento, escuché la voz de ese niño diciéndome que la vida es un juego único e irrepetible y que mi segundo tiempo apenas está comenzando.

10 comentarios en “Segunda mitad

  1. Siempre me sorprenden de forma grata tus anécdotas mi escritor favorito que tanto admiro. Tu narrativa de experiencias tan lindas que de igual manera me transportan también a mi adolescencia a mi juventud , la música clásica tan bella que nos remonta a aquello de que ” Recordar es volver a vivir ” Saludos mi apreciado Doctor Murillo.

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  2. Nunca dejas de sorprenderme, tu narrativa harto descriptiva, al mismo tiempo que corro la película de tu historia en paralelo, evoco mis sueños de juventud, ya te dije que tenés que publicar estás crónicas, son excepcionales. Felicitaciones

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